Blogia
Cartas desde mi celda

Los amantes tristes

Crítica (a mi manera) del libro que leí anoche:

Los Amantes Tristes, de Eugenia Rico.

Debo estar demasiado equivocada porque no encuentro ninguna crítica que coincida con la impresión que me dejó este libro. La trama me pareció absurda, poco creíble y la historia está plagada de tópicos infumables. Los personajes no tienen personalidad ni credibilidad. Todo en mi humilde opinión, claro. Una de dos, o no soy lo suficiente avispada para “captar” lo que no se muestra con las palabras o el mundo de la crítica es otro que no tiene nada que ver con el mío. Pues nada, yo a dar mi opinión que de eso se trata ahora. La historia va de un chico español que vive en París y que recibe una llamada de un viejo amigo pidiéndole ayuda, con el que –por circunstancias que supuestamente luego se tienen que aclarar- dejó de tener contacto después de vivir una estrecha amistad. Para encontrarlo se le ocurre volver a llamar a su antiguo amor, a la que pilló en la cama con otro y dejó en su momento. Pues nada, quedan y ella no aparece porque mientras iba de camino localiza al amigo –con el que no se llevaba nada bien- en un psiquiátrico. Van a verle y se enteran de que el tipo está ahí porque al casero no se le ocurre otra cosa para quitárselo de encima que decir a la policía que está loco, así que ni corta ni perezosa, sin pedir explicaciones, tira la puerta abajo a las dos de la mañana, se lo llevan drogado al psiquiátrico, lo tienen empastillado permanentemente y no le dejan salir. Muy lógico, ¿verdad? Imagine que el vecino del tercero va a la policía, le denuncia por loco y ésta se cuela en su casa sin explicaciones y lo recluye en un psiquiátrico sin que usted pueda alegar nada en su defensa. Supongo que la policía en un país democrático no puede hacer eso, ¿o sí? El supuestamente loco tuvo una infancia chunga, padre que pegaba a la madre y esas cosas, y como la familia pasa de él y los amigos no son familia, no pueden hacer nada por sacarle de ahí. A todo esto, al primer encuentro, el español y la tía se enrollan y siguen enrollados hasta el final. El protagonista supuestamente le tiene mucho rencor porque ésta le hizo mucho daño, pero sin hablar ni gastar un momento en pedir explicaciones, todo se olvida. Un polvete y tan contentos. Volviendo al amigo del psiquiátrico, consiguen que el padre, que aparece no se sabe ni cómo ni por qué, les dé potestad para representar a la familia, así que al fin pueden solicitar que un tribunal médico revise al loco para ver si pueden liberarle. Pues bien, cuando llega el día, la simple declaración de la tía es suficiente para que no le dejen salir, aún cuando el español y ella estaban de acuerdo en que lo querían sacar, pero nada, la muy guarra dice que es verdad, que está loco, que no lo saquen. El español se larga muy confundido cual Dinio, contrariado por la putadilla que le ha hecho la francesa, y hete aquí que cuando llega a casa se encuentra una carta que ha escrito ella confesándole que sentía una irrefrenable atracción por el francés desde que le conoció, hasta que finalmente un día se cogieron por banda, pero que le quería a él porque era el más bueno y la aguantaba –no te jode…-. Ella no vuelve a casa en varios días, hasta que un día aparece, se instala como si no hubiera pasado nada y lo siguiente es que se queda embarazada y son felices visitando al loco, que ya se ha vuelto gilipollas con tanta pastilla y está más contento de vivir en el psiquiátrico.

Demasiado cruel, pero es que no me ha gustado nada. Cuando iba por la mitad de la novela –de pocas hojas y pequeñas, pero con las letras tan grandes como un libro de parvulitos- ya lo estaba sospechando.

0 comentarios