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Cartas desde mi celda

A toda prisa

Hoy me he levantado con mal pie, por lo menos con el paso apresurado, porque me he dormido y casi llego tarde. Lo curioso es que me he despertado -después de apagar los despertadores y evitar que volvieran a sonar- porque estaba “oliendo” a café recién hecho. Antes, cuando vivía con mis padres y se preparaban un café antes de irse a trabajar, este olor me resultaba repulsivo. Pero hoy, gracias a eso, he tomado un poco de conciencia de que aún estaba en la cama y recordé que el despertador ya había sonado. Ha sido mirar el reloj y “descubrir” que tenía apenas 10 minutos para asearme y vestirme, así que he tenido que ir contrarreloj. No me gusta ir a ningún sitio con cara de recién levantada, por eso prefiero levantarme con tiempo para vestirme y desayunar con tranquilidad, ver las noticias de la tele unos minutos mientras me tomo el café, y después ir a trabajar con paso tranquilo, pero hoy no ha podido ser. Menos mal que un café en el trabajo hace maravillas y te calienta el cuerpo para olvidar el traspié y seguir como si nada.

Ayer estuvimos mirando una cortina para el comedor. Mi madre se empeñó en hacerla y regalárnosla y quería que fuéramos cuanto antes a ver la tela. Menos mal que sólo queremos una cortina, porque las dichosas telas cuestan una burrada, ni que las siguieran importando de la India e hicieran la ruta de la seda cuarenta veces antes de llegar a la tienda. En fin, ella está acostumbrada, y como le hacía ilusión ir a esa tienda tampoco era plan de marearla llevándola a todos los sitios que nos solemos patear buscando el mejor postor. Hace poco se compró unas para el comedor y le costaron el doble –tiene dos cortinas. Lo dicho, que menos mal que sólo queríamos una.

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