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Cartas desde mi celda

Reflexiones

Todo vuelve

Todo vuelve Me acabo de dar cuenta que hace un montón de tiempo que no sé nada de mi ex. Desde la última vez, que pasé de contestarle un patético e-mail de disculpa por no dar señales de vida un fin de semana que habíamos quedado, no lo he visto más que un par de veces en el Messenger, y apenas hemos tenido conversación. Es una pena que una relación de cinco años haya terminado en casuales encuentros por Internet –es estúpido comunicarse sólo así-, pero tengo que pensar que ha pasado mucho tiempo desde que aquello se acabó -más de cuatro años- y que tengo muy claro a quién quiero, ¿por qué me sigue importando? Quizá me jode haberme arrastrado tanto por intentar mantener al menos una amistad, y que a él no le preocupe. En cualquier caso, aunque me acuerdo mucho de él, me da igual saber de su vida o que él sepa de la mía. Antes le llamaba para quedar de vez en cuando, hasta que me di cuenta de que él no lo hacía nunca, y que poco le debe importar cuando lleva tantos meses sin dirigirme la palabra, ni siquiera electrónicamente. El orgullo no es bueno, baby, y si piensas que con indiferencia vas a hacerme daño vas apañao.

Aunque no pasa nada. Todo vuelve, como dicen las madres de las modas. Y para muestra, la ex de mi pareja. Le dejó por un tío del que se ha separado pocos meses después de casarse y, después de muchos años de no dirigirle palabra sin ningún motivo, ahora le habla como si no hubiera pasado nada –o eso pretende. No estoy celosa, pero sí me da rabia que algunos pasen olímpicamente de los sentimientos de los demás y luego, cuando les conviene –o lo necesitan-, quieran que haya el buen rollito y la amistad de antes. No vivimos en un mundo chupi-super-ideal. Quién más, quién menos, todos tenemos sentimientos escondidos que no siempre son buenos. De todas maneras no me pienso meter. Esta es mi opinión, y ya la conoce quien me interesa. Lo que no se puede intentar es que seamos todos amiguitos hasta la muerte.

Todo por la pasta

Todo por la pasta Qué harta estoy de gastar. Decía mi madre que para presumir hay que sufrir, aunque no se refería exactamente a esto, pero desde luego algunos gastos son para presumir, porque en las bodas y acontecimientos sociales varios hay que vestir bien. Otros son para subsistir, que ahí duele menos gastarse el dinero, pero otros son incomprensibles, y justamente son de los que no te puedes escaquear. Mi cuenta bancaria ya se encuentra en la zona de descenso peligroso que se aproxima a la nada. Y para terminar de animar, en esta empresa -que al contrario de lo que nos vendieron, va como el culo- no paran de amenazarnos con que no tienen dinero y que como no seamos más productivos quizá nos inviten amablemente a abandonar el barco –es decir, nos trasladen a otra ciudad, obligando a mucha gente a irse voluntariamente, que para listos y chulos ellos. ¿Y qué podemos hacer si para ser más productivos hace falta mucho más personal? Estas cosas, que no dependen de los empleados pero de las que intentan hacernos responsables, desaniman mucho. No sé si formará parte de una estrategia de desmotivación para que nos cansemos antes. Ya no sé ni qué tengo que hacer, porque tengo la sensación de que lo que hago no sirve para nada. Ya nos están demostrando que no aprecian nuestro trabajo. Y sí, el barco se hunde, no sé si será cuestión de uno o varios meses, pero con lo mucho que zozobra dudo que llegue a un año, ni mucho menos que recuperemos la estabilidad perdida.

Aires difíciles

Aires difíciles El jueves por la mañana tenía una preocupación. Una preocupación más desde que estamos en esta empresa, nada grave. Pero con todo lo que ha ocurrido se me ha olvidado. Estos días han sido muy extraños. Tengo la sensación de que ha pasado mucho más tiempo que el transcurrido desde el jueves. Por un lado, la tristeza y el desánimo por la atrocidad del atentado. Por otro, la incertidumbre hasta bien entrada la noche del sábado sobre quienes habían sido los desalmados. Después, el momento de la decisión popular. Me pareció una jornada triste, silenciosa, pero me ha emocionado que hayamos podido demostrar quién manda en el país por encima de los que, aprovechando su mayoría absoluta, toman decisiones sin tener en cuenta la opinión de una gran mayoría de ciudadanos. Reconozco que yo era una de las muchas que vivía en el letargo de una tranquilidad somnífera, resignada de que votar sería cuestión de elegir un mismo perro con distinto collar. Es más, daba por hecho que los que estaban repetirían, aún después de haber hecho cuanto les ha dado la gana desoyendo nuestra voz. Pero ha sido posible devolverles la bofetada. No sé qué tal nos irá con estos, pero he recuperado la confianza en la importancia de un voto para tomar la decisión del gobierno de un país. La desgracia es que hayamos tenido que comprobar las graves consecuencias de sus decisiones –tomadas, como no, pasando de todos- para invertir el resultado de nuestra elección. Mucha gente no pensará así, pero a mí me seguirá quedando la duda de qué hubiera pasado si no nos hubieran arrastrado a las guerras de Jorgito Bush, alias el salvador del mundo. Ahora es tarde para saberlo.

En un país multicolor… la buena vida se acabó

En un país multicolor… la buena vida se acabó No sé si uno se pone tonto porque se hace mayor o empieza a hacerse mayor cuando se pone tonto. Tonto de darle vueltas al mismo tema. Tonto de comerse la cabeza por el TEMA –con mayúsculas. Me refiero al paso del tiempo, no al sexo, malpensad@. Basta que te pares a pensar un poco más que de costumbre y ya está, empieza la nostalgia y el susto te recorre el cuerpo cuando te das cuenta de que han pasado 10 años desde que saliste del instituto, o cuando te topas con un compañero que ya tiene dos críos y cada vez menos pelo, o cuando pinchan música de tu época de juergas y tu hermana pequeña te mira como si fueras un objeto de museo. El hay que ver cómo ha pasado el tiempo, si parece que fue ayer, y sus infinitas y tópicas variantes. Y en eso hemos estado estos últimos días, con tanta boda, con tanta generación del Barrio Sésamo repitiendo la historia de nuestros padres. No sé, yo siempre la he conocido desde otro punto de vista, y ahora me siento extraña cuando me doy cuenta de que estamos inmersos en ella desde hace tiempo, y que sigue para adelante sin remedio.

M'estoy estresssaaaaandooooo

No me puedo anclar en la monotonía. En el momento en que lo hago me agobio y casi siempre dejo de lado otras cosas importantes. Pero no puedo hacerlo todo. Es imposible dedicar la tarde a dejar la casa estupenda y además estudiar, por no hablar de dedicar el tiempo a otras cosas más placenteras que no son obligaciones, y encima, hacer un poquito de ejercicio. Mi día no tiene tantas horas, y me pregunto por qué siempre tengo que estar haciendo algo y nunca hay tiempo para tumbarse en el sofá. Quiero aprender a no hacer nada. Quiero aprender a no pensar en obligaciones cuando termino de trabajar. Porque vamos, que no me apetezca limpiar cuando llego a casa es más que normal, no es sinónimo de vaguedad ni nada parecido. Y mira que Keko intenta mostrarme que no es como yo me lo planteo, pero en eso tengo la mente cuadrada y sé que tengo que cambiarlo, porque si no, mis días serán obligaciones y más obligaciones; a dormir, y otra vez obligaciones. Será porque mi madre siempre me abroncaba con la misma cantinela: “primero la obligación, y después la devoción”. Gracias mamá por enseñarme a vivir todo el día estresada.

Pasión por las pollas

He ido a pocas despedidas de soltera. En concreto, a dos. Suficiente para saber que el rollo habitual, el de las pollas en la cabeza y los Boys que hacen “estriptís”, no me mola nada. En ambas estuve en una sala de fiestas, y el tema consistía en gritar como una loca cuando salía el Boy, como si hubiera un premio de Miss Grito o algo así. Por supuesto, hay que ir disfrazadas de algo –normalmente de “algo” indefinible- y con unas cuantas pollas, pollones o pollitas colgadas, que se note que vas de despedida. Y cuando sale el Boy, imprescindible gritar “tío bueno” histérica perdida y aullar como una posesa cuando asome el bicho medio empalmado. Como si la polla fuera algo extraordinario y esa noche se abriera por fin la veda. La vergüenza que me provocan estas situaciones –mía y ajena- la neutralizo con buenas dosis de alcohol, así que yo soy una más de esas que gritan cosas, pero la verdad es que no me encuentro en mi salsa. En la primera despedida, a mitad de actuación, agobiada de ver pollas de airgamboys y tras darme un bajón cuando me terminé la copa, no me lo pensé mucho. Cogí la puerta y me largué a casa. Porque es que estos tíos no me ponen nada. Claro que es para pasar el rato, pero de verdad, qué forma más tonta. En la segunda aguanté hasta el final, pero cuando salimos era tarde y ya no tenía ganas de ir de fiesta, así que lo mismo, me fui para casa. ¿Rarita? Pues igual. Pero, con lo que me gusta la fiesta y el cachondeo, para una vez que se juntan un buen puñado de amigas, ¿qué tal pasar toda la noche juntas de juerga, charlando, riendo y bailando? Y no me vale decir que juerga es ir a montar el numerito en una sala de Boys o disfrazarse de “algo” para divertirse más.

Dentro de unos días tengo una despedida. En esta el Boy es sólo uno y va a despelotarse al restaurante donde cenaremos. Sigo sin estar de acuerdo con la costumbre de ver pollas en la despedida -¿qué tiene de atrayente ver una polla como hecho aislado?-, pero en fin, la novia es un poco ñoña e igual es divertido y todo. Lo que sí sé es que el chupete-polla, biberón-polla, si los hay, se los van a poner las organizadoras.

Los tíos, cómo no, están pensando ir al Romaní. ¿Es que en los tiempos que corren alguien necesita esperar a este tipo de acontecimientos para “estrenarse”?

En fin, que me hace gracia.

Miedo

Miedo Si hubiera tomado otras decisiones en el pasado, no lamentaría no tener a mi lado a esa persona que me hace tan feliz, porque no sabría nada de mi presente. No sé si sería feliz o no, pero conociendo la felicidad que conozco me da miedo haber estado tan cerca de tomar otro camino, quién sabe con qué persona. Cuando pienso en quienes pudieron ser y no fueron me entran escalofríos, porque de la cruel indiferencia de uno a la posesión enfermiza de otro -que en ocasiones ha salido tímidamente a la luz-, no me imagino con mi forma de pensar y actuar, que al fin he conseguido mostrar sin tener que fingir por temor a molestar. Es tremenda la cantidad de personas que intentan cambiar a los demás para que se adapten a ellos, sin pararse a pensar por qué el esfuerzo tiene que recaer en otro y no en uno mismo, y por qué siempre están equivocados los demás.

Ahora sé que los que estáis equivocados sois vosotros. Hoy me alegro de no tener que soportaros ahora que sé lo que es la vida fuera de vuestra visión del mundo y de cómo tienen que ser las personas. Egoístas.

Qué penita doy

Sé que es muy difícil hablar de uno mismo de forma objetiva, porque lo normal es que cuando contemos algo que no ha ido a nuestro favor, nos pintemos como víctimas ingenuas de la mala leche de terceras personas. A mí también me pasa, y casi nunca me doy cuenta hasta que no me paro a pensarlo. Pero me preocupa hacerlo. Soy consciente de que no sirvo para contar mentiras y convencer, o para creerme mis propias mentiras. Pero hay gente que sí sabe contar su vida según su versión, con mentiras intencionadas o no, quizá porque lo hace sin saber que lo está haciendo. Mi amigo L. –llamémosle L.- me tuvo convencida mucho tiempo, hasta que un día me dio por plantearme por qué a él, y sólo a él, le pasaban tantas desgracias juntas. Yo no creo en el destino, en dioses ni en nada que se parezca, y, si bien algunas cosas -por circunstancias que escapan a nosotros- no podemos evitarlas, otras muchas dependen de nuestras propias decisiones. Varias veces hemos vuelto a hablar de historias pasadas, esas que hace años me hacían creer lo malísimo que era todo el mundo con él, porque lo suyo parecía una caza de brujas. Ahora me doy cuenta de que todas son como las ha querido pintar, y jamás ha reconocido algo que no hizo a tiempo, o que no todas sus decisiones fueron acertadas, por mucho que se empeñe en justificarlas. En esto me quedé pensando ayer, después de tomarnos un café. Me dio la impresión de que casi todo, tantas conversaciones, han sido una mentira por capítulos. Y me pregunto hasta qué punto puedo decir que conozco a una persona que tiene una vida que parece de mentira.

Ahí te quedas

No voy a contestarte, aunque no me faltan ganas. No voy a darte el placer de tener algo que arrojarme si hablamos alguna vez de esto. Eres una de esas personas que siempre tienen la razón, hagan lo que hagan. Tu razón, claro. Y si no convences te aferras a que eres así y punto. Y si te digo lo que pienso soy una borde, siempre estoy igual y te agobio. Y tú no tienes por qué aguantar eso porque eres así.

Siempre sospeché que nuestra “amistad” se mantenía por mi interés y mi esfuerzo. No me estoy echando flores, ha bastado dejar de llamarte para comprobarlo. Pero yo soy idiota, y tú lo sabes, porque si no, no me hubieras contado esa colección de trolas con las que te excusas en tu e-mail. Soy idiota porque, a pesar del daño que me hiciste, creí que conservar tu amistad valía la pena. Soy idiota porque necesito caerme muchas veces para darme cuenta de algunas cosas, como que sigues siendo un gran egoísta, que sólo se preocupa de su bienestar y para el que los demás somos un complemento que te pones cuando te apetece. Porque me consta que también tratas así a tus amigos. La única explicación que encuentro es que tengas tantos que no sepas con quién ir, pero lo que me extraña es que los conserves. Quizá algún día no tengas ninguno.

Te diría muchas cosas en respuesta a ese mail, pero no te las voy a decir. En persona, quizá. Cuando me llames porque no tengas con quién quedar, o te preguntes por qué las chicas no quieren estar contigo, o algún amigo te haya dado la espalda. No siento rencor, pero me da rabia que gente como tú tenga todo lo que nunca se ha currado y vaya por la vida haciendo lo que le da la gana. Me jode que me hayas querido comer la cabeza con tus problemas domésticos del fin de semana, que te impidieron hacer una llamada de aviso o enviar un mail antes de que yo te pidiera alguna explicación.

Pero lo que más me jode es que mucha gente ya me advirtió que esto pasaría.

Será que los amig@s te sobran...

Estarás tan tranquilo. Tú tienes tus razones y todo el derecho a darlas si te place, y como casi siempre, no te apetecerá darlas, ni te importará haber quedado conmigo y no haber dado señales de vida. No sé qué entiendes por amistad. Ni siquiera si te interesa ser mi amigo. Antes me importaba, pero ahora ya sé que es normal, y que no me he perdido nada por no estar contigo –al contrario, he ganado mucho. Gracias por dejarme. Cuatro años después, quién iba a decirlo, me alegro y todo.

Recuerdos

Hay un dicho que dice, más o menos, que tu hogar estará donde esté tu corazón. Mi madre se ha empeñado siempre en lo contrario. Decía que yo era de la ciudad que me vio nacer. Y eso, claro, es una tontería. Ahora que tengo uso de razón me atrevo a rebatirlo, aunque intentar hacerle cambiar de opinión es un desafío a su lógica, por lo que ya ni siquiera me molesto. Mi paso por allí se ha limitado al hospital donde nací, las visitas al ortodoncista y las salidas de compras, por eso no creo que nadie pueda decir que el sitio que tengo en mi corazón es la ciudad donde tuve que nacer. Sin duda, mi corazón está donde me he criado y he vivido gran parte de mi vida, pero incluso en el pueblo de origen de mis padres tengo un pedazo de hogar, aunque nunca me he atrevido a decírselo a mi madre. Hace muchos años que no voy, pero lo sigo echando de menos. Han sido muchos veranos y gran parte de la historia de mi familia se ha escrito allí. Mi corazón no se equivoca. Cuando he encontrado la página web de un periódico del pueblo, me ha entrado la nostalgia por recorrer esas calles de las que se habla con la normalidad de los que relatan un hecho cotidiano, o por escuchar palabras de su particular jerga que se cuelan naturales, como pinceladas, en algún texto de opinión. Después me ha quedado el recuerdo del encanto de los paseos a la fresquita, cuando se iba el sol y se veían arder los rastrojos desde la Alameda.