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Cartas desde mi celda

Tonto es el que dice tonterías

A veces me entran ganas de echar mano al cuello de alguna de mis “compañeras”. No sólo pasan de todo cuando se van los jefes a comer, sino que no dejan trabajar con sus grititos y chorradas de crías de 14 años. El cachondeito en el curro mola y va genial para desestresarse, pero la estupidez de algunos pensamientos “profundos” y las “gracias” de ciertas personas dan vergüenza ajena.

¡Vacas!

Vacaciones. Lo mejor que te puede pasar cuando trabajas. Me da igual que de los nueve días cuatro sean para exámenes. No me agobian ni me ponen nerviosa. Todo lo contrario. Me gustan porque puedo saborear un poco de vida universitaria. En la UNED, si no tienes tiempo para ir a tutorías, lo único que te hace tomar conciencia de que eres universitario son los exámenes. Podría coger permiso para ir un día de trabajo, pero prefiero desconectar del todo, estudiar si me apetece o salir a tomar una cervecilla. En definitiva, tener unos días para creer que este trabajo no tiene nada que ver conmigo.

Miedo

Miedo

Si hubiera tomado otras decisiones en el pasado, no lamentaría no tener a mi lado a esa persona que me hace tan feliz, porque no sabría nada de mi presente. No sé si sería feliz o no, pero conociendo la felicidad que conozco me da miedo haber estado tan cerca de tomar otro camino, quién sabe con qué persona. Cuando pienso en quienes pudieron ser y no fueron me entran escalofríos, porque de la cruel indiferencia de uno a la posesión enfermiza de otro -que en ocasiones ha salido tímidamente a la luz-, no me imagino con mi forma de pensar y actuar, que al fin he conseguido mostrar sin tener que fingir por temor a molestar. Es tremenda la cantidad de personas que intentan cambiar a los demás para que se adapten a ellos, sin pararse a pensar por qué el esfuerzo tiene que recaer en otro y no en uno mismo, y por qué siempre están equivocados los demás.

Ahora sé que los que estáis equivocados sois vosotros. Hoy me alegro de no tener que soportaros ahora que sé lo que es la vida fuera de vuestra visión del mundo y de cómo tienen que ser las personas. Egoístas.

Aprender a "escribir"

Empezamos bien el día. A la lámpara fluorescente que está encima de mi puesto le ha dado por hacer guiños y me está poniendo nerviosa, además de amenazar a mi vista. ¿Por qué no se funde de una puñetera vez? A ver si poniéndome la mano en el ojo izquierdo, así, a un lado, consigo pasar de ella. Lástima que tenga que usar las dos manos para escribir…

He vuelto a pasar por la página web del Taller Literario que ya miré hace un tiempo. Desistí de la idea de hacerlo por razones económicas, así que no sé por qué lo miro ahora, si me viene mucho peor. La de libros que me puedo comprar con todo ese dinero, pero claro, no es lo mismo. Lo bueno de un taller es la posibilidad de interaccionar con más gente, y de recibir opiniones y críticas sobre lo que escribes, sobre todo por parte de los profesores. Pero nada, tengo que ser realista. Supongo que me compraré otro libro sobre técnicas e iré practicando por mi cuenta, y haré el curso de la UNED sobre Alzheimer, que es interesante para la carrera y mi futuro currículum. Lo otro a fin de cuentas es un hobby que me gustaría perfeccionar para escribir bien, pero no tengo mucha más aspiración que publicar cosas en una página web para que las lean mis amigos.

Cuento

Es un hombre que vive en la montaña, en una casa. Discute con su mujer y ella se marcha por la mañana, diciendo que se va a casa de su madre y no va a volver. Como lo ha hecho varias veces, el hombre imagina que volverá por la tarde. A mediodía aparece una chica que va de excursión, llama a la casa para pedir agua y se queda a comer. Cuando llega la hora de irse, está nevando levemente y él piensa decirle que se quede, por si es peligroso y se pierde, pero el miedo de que vuelva su mujer y vea a otra en la casa le frena, por eso se calla y deja que se vaya. Al día siguiente, ha nevado y hace mucho frío. Su mujer no ha aparecido ni puede subir porque ha caído una nevada muy fuerte. A través de un equipo de radio aficionado descubre que buscan a una chica en la montaña y al cabo de unas horas la encuentran muerta. Es la chica que pasó por su casa.

Venga, vete, sí, no vuelvas. Esta mañana estás especialmente pesada. Te he oído. Sí, joder. No chilles.

Antonia cogió las llaves del coche y amenazó con irse a casa de su madre. Otra vez. “Mejor -pensé- ¿a qué esperas?”. Sólo llevaba dos horas despierto y ya me dolía la cabeza de escucharla. Y ahí me quedé, esperando. Me senté en el sofá y desplegué el diario, fingiendo indiferencia, que es lo que peor le sienta. Escuché durante mucho rato sus gritos mezclados con el taconeo de los zapatos mientras se arreglaba para salir, hasta que la casa tembló cuando cerró la puerta de un portazo. Por fin respiré. Por fin el silencio.

No es normal, pero sí cotidiano. He asistido al mismo espectáculo tantas veces que lo considero parte de mi matrimonio. Quizá no me preocupa porque tomé el camino de la indiferencia, porque sé que vuelve. Y no se va a ver a su madre. La mayoría de las veces se da una vuelta por el Centro Comercial de Villaluz y regresa como si no hubiera pasado nada.

Qué penita doy

Sé que es muy difícil hablar de uno mismo de forma objetiva, porque lo normal es que cuando contemos algo que no ha ido a nuestro favor, nos pintemos como víctimas ingenuas de la mala leche de terceras personas. A mí también me pasa, y casi nunca me doy cuenta hasta que no me paro a pensarlo. Pero me preocupa hacerlo. Soy consciente de que no sirvo para contar mentiras y convencer, o para creerme mis propias mentiras. Pero hay gente que sí sabe contar su vida según su versión, con mentiras intencionadas o no, quizá porque lo hace sin saber que lo está haciendo. Mi amigo L. –llamémosle L.- me tuvo convencida mucho tiempo, hasta que un día me dio por plantearme por qué a él, y sólo a él, le pasaban tantas desgracias juntas. Yo no creo en el destino, en dioses ni en nada que se parezca, y, si bien algunas cosas -por circunstancias que escapan a nosotros- no podemos evitarlas, otras muchas dependen de nuestras propias decisiones. Varias veces hemos vuelto a hablar de historias pasadas, esas que hace años me hacían creer lo malísimo que era todo el mundo con él, porque lo suyo parecía una caza de brujas. Ahora me doy cuenta de que todas son como las ha querido pintar, y jamás ha reconocido algo que no hizo a tiempo, o que no todas sus decisiones fueron acertadas, por mucho que se empeñe en justificarlas. En esto me quedé pensando ayer, después de tomarnos un café. Me dio la impresión de que casi todo, tantas conversaciones, han sido una mentira por capítulos. Y me pregunto hasta qué punto puedo decir que conozco a una persona que tiene una vida que parece de mentira.

Fumar hace amigos

Ahí está el primero. Allí están todos. Aparece uno y avisa a los demás de que llegó el momento. La euforia por el inminente “piti” les hace a todos llevarse supergenial, y sentirse superespeciales por la cosa tan guay que van a hacer. Son los colegas que hablan de sus cositas, de buen rollito, mientras se dan fuego y chupan del cilindrín con esa expresión de inteligencia, de madurez, que sólo ellos tienen el privilegio de tener porque hacen eso tan maduro de echar humo y meterse veneno por la boca. Los que mientras hablan ponen la muñeca así o asá para coger el piti de la manera más interesante. Cómo mola tener amiguitos para fumar con ellos…

En el trabajo -hablo de mi experiencia-, los que fumamos tenemos un especial apego hacia los compañeros fumadores, quizá porque nos puede hacer falta en cualquier momento un cigarrito, o que nos den fuego, o simplemente que no nos pongan cara de asco mientras fumamos. Yo ya no entro en este círculo de humo, pero lo describo de esta manera porque he sentido algo así cuando pertenecía a él, y aunque sigo siendo fumadora –más ocasional que antes, pero fumadora-, no me interesan ese tipo de amistades porque cuando dejé de fumar en el trabajo y me pedían fuego o un cigarro, se alejaban de mí en cuanto les decía que no llevaba. Lo peor es que nunca más les interesó llamarme para subir a tomar un café. Es como si los fumadores necesitáramos protegernos del rechazo hacia el tabaco agrupándonos para fumar y no tener la necesidad de justificar por qué hacemos esta tontería. Que quede claro que es sólo mi opinión y mi experiencia.

Histeria Pre-exámenes

Esta semana no he conseguido ponerme a estudiar por las tardes. Lo intento y me duermo, o me pongo a pensar en todas las cosas que hay que hacer en casa. Sólo tengo el sábado para estudiar, y tengo que aprovecharlo bien porque el domingo tenemos comida familiar, y por muy pronto que nos propongamos volver no podré hacer nada. Me conozco. Hay gente que se encierra en casa en plan ermitaño y da un ultimátum a todos los que le rodean para que no cuenten con ellos, para que les dejen en paz, pero yo no puedo hacer eso, aunque me gustaría. Si todo el mundo tiene la excusa de los exámenes para evadirse de compromisos, ¿por qué yo no? Esta semana que viene lo intentaré, que es la última y tengo que apurarla como sea. No me puedo poner nerviosa advirtiendo a todo el mundo que no me comprometa, lo que tengo que hacer es estudiar y tranquilizarme, no decir que voy a hacer esto y lo otro. Simplemente hacerlo y con eso ya tendré excusa suficiente.

Keko sigue igual. Ya no sé cómo animarle a estudiar. Lo peor de todo es que me lo pega…

En fin, estoy un poco cansada de pensar en todo lo que se debe hacer y dejarlo siempre para más adelante. A partir de ahora sólo voy a pensarlo una vez, y lo siguiente que haré será hacerlo. Si veo que no puedo, es que ni lo pienso. Es una de las fuentes de ansiedad más grandes que tengo y debo cambiarlo.

Sólo me sale escribir sobre las cosas que me hacen daño por no sacarlas al exterior, por eso hay días que no se me ocurre qué poner. Esto que cuento son rollos chungos, y no me gusta escribir sobre cosas tan grises y poco interesantes, pero por otro lado estoy convencida de que me hace bien. Por eso lo hago, aunque no quiera ni volver a leerlo ;-)

Otro día chungo

Qué mal. Hoy es uno de esos días que no me puedo concentrar en nada. Ni siquiera puedo escribir. Si estoy escribiendo es porque pienso que me hace bien para desahogarme y me estoy obligando. En días como hoy siento algo que me agobia, algo que no sé qué es. Otras veces siento la ansiedad de alguna amenaza que normalmente no es real, pero al menos tiene algún fundamento. Menos mal que el rato del trabajo está salpicado por las salidas a los descansos visuales y al descanso para almorzar, y tengo a Keko para que la mañana se me haga más llevadera. Esta semana tenemos el descanso a la misma hora, así que podemos tomar un café más tranquilo y charlar. Yo nunca tengo suficiente, pero mejor eso que nada. Me hace bien poder compartir un rato con él, porque aquí hablo más bien poco, por no decir nada, y aunque esté entretenida con mis cosas y no lo parezca, cada día que pasa me afecta un poco más. Aunque ya he aprendido a crear mis estrategias para desestresarme y cada vez es más llevadero. No sé cuánto tiempo más tendré que estar aquí, pero nuestra intención es cambiarlo por otra cosa. De momento, estamos mirando oposiciones y presentándonos a las que podemos. La próxima que tenemos es para la UMH, de auxiliar administrativo. Aprobemos o no, lo importante es ir intentándolo, sobre todo ahora que somos más jóvenes y no estamos tan cansados de todo.

Ahí te quedas

No voy a contestarte, aunque no me faltan ganas. No voy a darte el placer de tener algo que arrojarme si hablamos alguna vez de esto. Eres una de esas personas que siempre tienen la razón, hagan lo que hagan. Tu razón, claro. Y si no convences te aferras a que eres así y punto. Y si te digo lo que pienso soy una borde, siempre estoy igual y te agobio. Y tú no tienes por qué aguantar eso porque eres así.

Siempre sospeché que nuestra “amistad” se mantenía por mi interés y mi esfuerzo. No me estoy echando flores, ha bastado dejar de llamarte para comprobarlo. Pero yo soy idiota, y tú lo sabes, porque si no, no me hubieras contado esa colección de trolas con las que te excusas en tu e-mail. Soy idiota porque, a pesar del daño que me hiciste, creí que conservar tu amistad valía la pena. Soy idiota porque necesito caerme muchas veces para darme cuenta de algunas cosas, como que sigues siendo un gran egoísta, que sólo se preocupa de su bienestar y para el que los demás somos un complemento que te pones cuando te apetece. Porque me consta que también tratas así a tus amigos. La única explicación que encuentro es que tengas tantos que no sepas con quién ir, pero lo que me extraña es que los conserves. Quizá algún día no tengas ninguno.

Te diría muchas cosas en respuesta a ese mail, pero no te las voy a decir. En persona, quizá. Cuando me llames porque no tengas con quién quedar, o te preguntes por qué las chicas no quieren estar contigo, o algún amigo te haya dado la espalda. No siento rencor, pero me da rabia que gente como tú tenga todo lo que nunca se ha currado y vaya por la vida haciendo lo que le da la gana. Me jode que me hayas querido comer la cabeza con tus problemas domésticos del fin de semana, que te impidieron hacer una llamada de aviso o enviar un mail antes de que yo te pidiera alguna explicación.

Pero lo que más me jode es que mucha gente ya me advirtió que esto pasaría.

A toda prisa

Hoy me he levantado con mal pie, por lo menos con el paso apresurado, porque me he dormido y casi llego tarde. Lo curioso es que me he despertado -después de apagar los despertadores y evitar que volvieran a sonar- porque estaba “oliendo” a café recién hecho. Antes, cuando vivía con mis padres y se preparaban un café antes de irse a trabajar, este olor me resultaba repulsivo. Pero hoy, gracias a eso, he tomado un poco de conciencia de que aún estaba en la cama y recordé que el despertador ya había sonado. Ha sido mirar el reloj y “descubrir” que tenía apenas 10 minutos para asearme y vestirme, así que he tenido que ir contrarreloj. No me gusta ir a ningún sitio con cara de recién levantada, por eso prefiero levantarme con tiempo para vestirme y desayunar con tranquilidad, ver las noticias de la tele unos minutos mientras me tomo el café, y después ir a trabajar con paso tranquilo, pero hoy no ha podido ser. Menos mal que un café en el trabajo hace maravillas y te calienta el cuerpo para olvidar el traspié y seguir como si nada.

Ayer estuvimos mirando una cortina para el comedor. Mi madre se empeñó en hacerla y regalárnosla y quería que fuéramos cuanto antes a ver la tela. Menos mal que sólo queremos una cortina, porque las dichosas telas cuestan una burrada, ni que las siguieran importando de la India e hicieran la ruta de la seda cuarenta veces antes de llegar a la tienda. En fin, ella está acostumbrada, y como le hacía ilusión ir a esa tienda tampoco era plan de marearla llevándola a todos los sitios que nos solemos patear buscando el mejor postor. Hace poco se compró unas para el comedor y le costaron el doble –tiene dos cortinas. Lo dicho, que menos mal que sólo queríamos una.

Ni tanto, ni tan poco...

Cuando dije que me gustaba el frío creo que se me entendió mal. Me gusta que haga frío para encerrarme en casa después de volver de la calle, poner la calefacción y vestirme con ropa cómoda y calentita. No es que me encante pasar dos horas a dos grados bajo cero en la montaña. Me refería a pasar un poco de frío en la calle, antes de meternos en casa de los padres de Keko y acomodarnos frente a la estufa de pellets para entrar en calor. No tengo especial interés en parar en medio de ningún sitio justo donde hace más frío y dejar que vaya paralizando mis dedos, o cortándome la piel de la cara. Eso lo dejaremos para los aficionados a los deportes de montaña. Pues bien, no sé si fue la escalera por la que pasó Keko el martes 13, o mis deseos exaltados de pasar frío, pero pinchamos. Sí, pinchamos. Nos topamos con un pedrusco en medio de la autovía, justo antes de que se acabara, y nos paramos en la rotonda de la salida, en medio de ningún sitio, a dos grados bajo cero y con una mierda de herramienta que el coche llevaba incorporada -que se dobló al segundo intento de aflojar los tornillos. Suerte que existe el móvil (con batería). A nuestra llamada acudieron el padre y el hermano de Keko, que se animaron a pasar frío con nosotros. Tras doblarse la herramienta que llevaba el Saxito, probaron con la del Opel y no encajaba, así que Fernan volvió a por otra. Para más cachondeo Keko repitió varias veces que me pidió que le regalara un juego de herramientas de esas en Reyes, y que si lo hubiera tenido… Claro, si no me dijeras a última hora lo que quieres no estaría yo comiéndome la cabeza para saber qué regalarte y te compraría cosas que quieres realmente. Gilipichi.

Al final llegamos a Alcoy para cenar y regresamos a casa sin incidentes. He dormido poco y tengo un sueño…

Será que los amig@s te sobran...

Estarás tan tranquilo. Tú tienes tus razones y todo el derecho a darlas si te place, y como casi siempre, no te apetecerá darlas, ni te importará haber quedado conmigo y no haber dado señales de vida. No sé qué entiendes por amistad. Ni siquiera si te interesa ser mi amigo. Antes me importaba, pero ahora ya sé que es normal, y que no me he perdido nada por no estar contigo –al contrario, he ganado mucho. Gracias por dejarme. Cuatro años después, quién iba a decirlo, me alegro y todo.

¡Viva el frío!

Hoy hacía frío, un aire helado como cuando el año pasado nevó en la montaña. Me gusta que el invierno sea invierno, o sea, que haga frío, y aquí en la costa casi nunca hace. Pero hoy, por fin, ha hecho. Tenía miedo de que el invierno se confundiera con la primavera, y de ahí volviéramos al asfixiante calor del verano pasado. Espero que este año no haga tanto calor, fue terrible, era julio y ya estábamos hartos del verano. De todas maneras, a mí me gusta más el frío, será porque es lo que aquí más escasea. Me gusta acurrucarme en el sofá recubierta con una manta y con la estufa encendida. El frío te lo puedes quitar poniéndote más ropa encima, pero el calor, cuando te la has quitado toda, ¿qué te quitas para dejar de tener calor? No vale decir que para eso está el aire acondicionado, que en la mayoría de sitios lo ponen a temperatura de frigorífico, dejándote un mal cuerpo entre aire acondicionado y calor de la calle que no veas.

El caso es que justamente hoy vamos a Alcoy a pasar la tarde, ya que es el cumpleaños de la abuela de Keko, y si aquí hace frío, allí, en la montaña, hará bastante más. ¿No querías caldo? Pues toma dos tazas…

A dos horas del merecido descanso

Esta mañana me ha costado muchísimo levantarme, pero menos mal que es viernes. Con el descontrol de las fiestas y las vacaciones, me he ido tarde a la cama toda la semana. Algo de culpa tienen el sofá y la tele, que cualquiera se levanta tras probar las mieles del descanso en los brazos de uno y entretenerse sin ejercitar el cerebro con la otra, aunque la programación sea casi siempre un rollo patatero.

Los exámenes ya están ahí, a menos de un mes. Sin agobios, pero sin dormirme en los laureles, tengo que ponerme las pilas. Otra vez por culpa de las dichosas fiestas he pasado unas dos semanas sin estudiar nada, y ya se sabe lo que cuesta volver a la rutina. Menos mal que nos espera un fin de semana tranquilo. El sábado no tenemos plan y el domingo queremos jugar una partidita de Trivial en casa.

Hoy es mi quinto día seguido sin fumar, pero imagino que este fin de semana caerá algún cigarro. No sé por qué no me motiva dejarlo del todo. Es más cómodo, supongo, creer que lo controlo y sentirme bien así. Cierto que tampoco me agobio porque he trabajado mucho para fumar como ahora lo estoy haciendo, y cada día que no fumo es porque soy consciente de que mi cuerpo no se merece ese maltrato a cada pocos minutos. Me gusta fumar -me fastidia reconocerlo- pero me privo como quien se priva de comer dulces para no engordar. En este caso lo hago porque no quiero enfermar.

Sálvese quien pueda...

Acabo de enterarme de que quizá haya un éxodo masivo en el zulo...

La empresa da la posibilidad de apuntarse voluntariamente a un Expediente de Regulación de Empleo (por segunda vez), y media plantilla de mi departamento -del que no se presentó nadie o casi nadie en la primera convocatoria- ha echado la solicitud después de ver el pellizco que se llevaron los compañeros que se acogieron a él. Lo que no me esperaba es que también lo hubieran pedido la Supervisora y la Coordinadora (en cierto modo es mejor, menos jefecillos para un departamento de sólo veinte personas, herencia absurda de la empresa anterior), y por ese motivo nos han reunido para darnos la charlita. Ante la terrible noticia, ha habido gente que incluso ha llorado la posible pérdida. No veas qué pena. Sinceramente estoy tan harta de este curro, de este zulo y de la gente, que me importa una mierda quién se vaya o quién se quede. Yo me quedo, de momento. Me agarro a esto porque me da miedo quedarme en el paro y que sólo me llamen empresas de trabajo temporal para trabajar con contratos de un mes o tres meses. No me gustaría volver a la inestabilidad laboral de cuando tenía 20 años, aunque tenga que seguir aguantando hasta que encuentre otra cosa o apruebe una oposición. No me gustaría volver voluntariamente, claro está, porque si no hay más remedio hay que enfrentarse a ello y trabajar de lo que sea. Y porque, hasta que no termine la carrera mi única titulación sólo me da la posibilidad de meterme a un trabajo de igual (con mucha suerte) o peor calidad que el que ya tengo.

Ahora falta ver si a la empresa le interesa quitarse gente de nuestro centro o de otros de los muchos que tiene por toda España. Seguiremos informando.

Recuerdos

Hay un dicho que dice, más o menos, que tu hogar estará donde esté tu corazón. Mi madre se ha empeñado siempre en lo contrario. Decía que yo era de la ciudad que me vio nacer. Y eso, claro, es una tontería. Ahora que tengo uso de razón me atrevo a rebatirlo, aunque intentar hacerle cambiar de opinión es un desafío a su lógica, por lo que ya ni siquiera me molesto. Mi paso por allí se ha limitado al hospital donde nací, las visitas al ortodoncista y las salidas de compras, por eso no creo que nadie pueda decir que el sitio que tengo en mi corazón es la ciudad donde tuve que nacer. Sin duda, mi corazón está donde me he criado y he vivido gran parte de mi vida, pero incluso en el pueblo de origen de mis padres tengo un pedazo de hogar, aunque nunca me he atrevido a decírselo a mi madre. Hace muchos años que no voy, pero lo sigo echando de menos. Han sido muchos veranos y gran parte de la historia de mi familia se ha escrito allí. Mi corazón no se equivoca. Cuando he encontrado la página web de un periódico del pueblo, me ha entrado la nostalgia por recorrer esas calles de las que se habla con la normalidad de los que relatan un hecho cotidiano, o por escuchar palabras de su particular jerga que se cuelan naturales, como pinceladas, en algún texto de opinión. Después me ha quedado el recuerdo del encanto de los paseos a la fresquita, cuando se iba el sol y se veían arder los rastrojos desde la Alameda.

Tres días

Llevo tres días seguidos sin fumar. Es fácil, muy fácil, aguantar cuando no rompo la rutina de un día normal de trabajo, así que poco mérito tiene. Lo de los tres días lo digo porque suele ser el tiempo que estoy fastidiada por las mañanas cuando fumo otra vez (eso si fumo poco, porque si me paso puede llegar a cinco o seis). Como no es de mi agrado despertar con la garganta llena de cristales y la nariz congestionada, me pregunto por qué soy tan idiota de seguir buscándolo, a sabiendas de que siete minutos de un cigarro significan varios días de malestar. Así nunca dejo de tener la garganta jodida. En definitiva, siempre es lo mismo, cuando se me pasa el efecto del tabaco después de unos días y me encuentro bien, se me olvida por completo lo malo y sólo pienso en lo bueno. Mierda de droga.

Persecución

Era viernes, y serían sobre las diez de la noche. Regresaba a casa después de un agotador día en la universidad, ya que me tocó hacer prácticas de cuatro asignaturas después de las clases. Casi sin fuerzas para andar, los últimos metros del recorrido entre la parada del autobús y mi casa me estaban resultando eternos, quizá porque la poca luz de la calle daba pocas referencias de la distancia real que recorrían mis pasos. Cuando me encontraba a la altura de la tienda de móviles, un hombre joven dobló la esquina de la bocacalle que yo acababa de cruzar y se incorporó a mi calle. No le di demasiada importancia. Me empecé a inquietar cuando el desconocido aligeró el paso pero no me adelantó, acercándose demasiado a mí sin un motivo aparente. Quise echar a correr, pero me dio un poco de vergüenza estar asustándome por nada, y sólo apreté el paso, sin atreverme a mirar hacia atrás. El desconocido hizo lo mismo, hasta que me alcanzó de nuevo. Noté su presencia a muy pocos centímetros, y fue cuando me asusté, porque empezaba a tener motivos para pensar que me seguía por alguna alarmante razón.

Un poco de ayuda para dejar de fumar

Existe una lista de correo que conozco desde hace un par de años. Es un grupo de autoayuda para superar la adicción al tabaco, un punto de encuentro entre personas decididas a abandonar esta droga. El ambiente es muy agradable y cordial, y siempre hay alguien dispuesto a lanzarte unas palabras de ánimo cuando envías un mensaje en un momento de máxima desesperación. A mí me ha servido de mucho, aunque todavía tengo mucho trabajo por hacer para olvidarme de esta porquería…

Hoy me encuentro positiva y estoy adelantando mucho trabajo. Quizá tiene que ver que ya tenemos casi todos los muebles del comedor, y el sólo hecho de verlo amueblado y en orden me hace sentir bien. Cuando empecé a pagar me agobié mucho por el dinero, pero ahora la satisfacción de gastarlo en algo que nos gusta (y podemos tocar) es muy superior a la pérdida de unos cuantos numerillos (totalmente virtuales) en la cuenta.